Un estudio alerta de la discriminación que padecen las personas con trastorno mental


Josep Anton Llurba tiene 59 años, es diplomado en ingeniería de la edificación y le ha tocado reinventarse. Hace cinco años que está completamente recuperado del trastorno mental que puso su vida patas arriba, pero aun así no escapa del estigma que persigue a todas las enfermedades mentales.

«Mi vida ha sido un continuo calvario. He pasado de tener una familia envidiable a un divorcio fulminante; de una actividad laboral excelente a entrar en el mundo de los parados; de una economía fuerte y saneada a la ruina total», relata.

Su diagnóstico fue un trastorno bipolar severo. Su mujer y su hija no fueron capaces de asimilar lo que le pasaba y todavía hoy le siguen rechazando.

En su trabajo, en el sector de la construcción, «mis empleados entendieron tan bien mi situación que fueron capaces de cubrir mis largas bajas médicas de tal forma que casi ningún cliente mío supo de mi patología… En cambio, mis socios, aprovecharon para robarme».

Tampoco las tuvo todas consigo en la atención sanitaria. Su primer psiquiatra, de pago, le despreció en más de una ocasión. Mientras estaba sumido en una profunda depresión aconsejó que lo que había que hacer era «darle una patada en el culo y sacarle de la habitación».

La recuperación comenzó con un segundo psiquiatra (de la sanidad pública, recalca) que por fin se dedicó a hacer un tratamiento completo contando también con otros profesionales.

Aunque la experiencia ha sido dura, «he crecido mucho como persona y soy más feliz», reflexiona. No tiene problemas en contar lo que le ha pasado porque, de hecho, dedica buena parte de su vida a trabajar en entidades que luchan contra el estigma en enfermedad mental.

Un caso frecuente

Justamente Obertament, una de las entidades en la que participa Josep Anton, presentó ayer un estudio que refleja que un 80,1% de los catalanes con trastornos mentales ha sufrido discriminación en algún ámbito de su vida por su estado de salud mental, y el 54,9% es discriminado «bastante o muy frecuentemente». El trabajo, pionero en su estilo, fue elaborado por la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) y la consultoría social Spora con la colaboración de l’Obra Social “la Caixa” y Janssen.

Los principales comportamientos discriminatorios que encontraron en el estudio fueron: la sobreprotección y control –51,6%–, la evitación y rechazo –50,7%–, el menosprecio, las burlas, los insultos o la coacción –47,4%–, y las agresiones físicas o sexuales –11,9%–.

Ocho de cada diez lo oculta

Según el estudio, la opción mayoritaria de las personas es, en un 82,4% de los casos, ocultar que tienen una enfermedad. Además, el 88,8% ha dejado de hacer alguna actividad por el miedo de ser discriminado: el 40,9% ha dejado de asistir a actividades de ocio y el 39% ha dejado de expresar su opinión en público, por ejemplo.

El estudio creó 14 grupos con 112 participantes que aportaron su testimonio: cinco grupos con afectados, dos de familiares, dos de profesionales de salud mental, uno de salud, uno de recursos humanos, uno del sector educativo y dos de jóvenes, con un total de 967 cuestionarios.

El trato discriminatorio abarca todas las esferas vitales de la persona, siendo el familiar el ámbito donde más casos se dan, seguido por el grupo de amistades , los servicios de salud, el ámbito laboral, la pareja y el ámbito educativo.

En el ámbito laboral, por ejemplo, la tendencia es a que las personas con trastorno mental estén infraocupadas. De hecho, suelen ser reasignadas a tareas infra calificadas o a categorías laborales inferiores una vez que dan a conocer la enfermedad.

En el ámbito escolar la discriminación también hace mella. El 18,9% de los afectados se ha sentido discriminado por los profesores y el 29,5% por sus compañeros de estudio. Seguramente por eso más de la mitad decide ocultar su situación en la escuela.

Paradójicamente, en la atención sanitaria también hay casos. Un 40,6% dijo hacer sido discriminado al menos una vez en la red de salud mental, un 26% en el hospital y un 25% en el CAP.

Finalmente, y tal vez resulte lo más difícil de asumir, un 50,4% dice haber sufrido un trato injusto por parte de su familia y un 53%, por sus amistades.

Josep Anton tiene su propia visión; cree que falta sobre todo mucha más información para eliminar creencias falsas, como la de que las personas con enfermedad mental son peligrosas o no son de fiar. Pero cree que «también falta empatía, humanidad, y de eso no vamos sobrados», apunta.

Fuente: diaridetarragona.com

Publicado:02/10/2016 a las 19:18

Por:Norián Muñoz

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